El gran desafío de los productores patagónicos es lograr una lana fina y uniforme, que cumpla con los estándares internacionales y que esté respaldada por procesos de mejora genética, esquila certificada y un manejo integral que contemple tanto la sanidad como el bienestar animal.
A su vez, la sostenibilidad de la producción ovina no puede depender únicamente de la lana. La carne ovina como complemento productivo aparece como una estrategia clave para diversificar ingresos y mantener viva esta actividad que forma parte de la identidad patagónica.
Un trabajo conjunto para fortalecer la cadena
El fortalecimiento de la producción lanera requiere de una articulación entre productores, industria y sector público. Solo con un esfuerzo coordinado será posible posicionar mejor la lana argentina en los mercados internacionales, sostener el empleo en la región y garantizar que esta tradición centenaria continúe proyectándose hacia el futuro.

Cada 15 de septiembre se conmemora en Argentina el Día del Productor Lanero, una fecha que reconoce el trabajo de más de 7.500 productores y familias de la Patagonia dedicados a la cría ovina y a la obtención de lana, una de las fibras naturales más valoradas en el mundo textil.
La ganadería ovina en Patagonia tiene una larga historia que no solo se vincula con la lana como producto de exportación, sino también con la ocupación y el desarrollo de vastas regiones del sur argentino. Sin embargo, en los últimos años la actividad enfrenta una profunda crisis reflejada en la caída del stock ganadero y en la menor producción de lana.
A pesar de este contexto, la lana patagónica mantiene un lugar destacado en el mercado internacional de fibras textiles, compitiendo con el algodón y las fibras sintéticas del fast fashion. Su principal centro de acopio y procesamiento se encuentra en el Polo Textil Lanero de Trelew, desde donde se exporta tanto en su estado sucio (28%) como lavada o peinada (72%), con destinos clave como China y la Unión Europea.
Qué demanda hoy el mercado
El consumidor global de prendas de lana no solo busca calidad y finura, sino también valores éticos y sostenibilidad en la producción. Los principales mercados, con Australia como referente, exigen lanas cada vez más finas —por debajo de los 20 micrones de diámetro—, uniformes, resistentes y libres de contaminantes.

Atributos como el largo de la fibra, la resistencia a la tracción, la ausencia de fibras pigmentadas y un correcto manejo de la esquila son fundamentales para competir en el plano internacional. En este escenario, la lana merino argentina, de color blanco y producida bajo sistemas pastoriles extensivos sin la práctica de mulesing, tiene ventajas competitivas que pueden consolidarse con certificaciones de calidad como RWS (Responsible Wool Standard) u orgánicas.
Desafíos y oportunidades para el futuro
El gran desafío de los productores patagónicos es lograr una lana fina y uniforme, que cumpla con los estándares internacionales y que esté respaldada por procesos de mejora genética, esquila certificada y un manejo integral que contemple tanto la sanidad como el bienestar animal.

A su vez, la sostenibilidad de la producción ovina no puede depender únicamente de la lana. La carne ovina como complemento productivo aparece como una estrategia clave para diversificar ingresos y mantener viva esta actividad que forma parte de la identidad patagónica.
Un trabajo conjunto para fortalecer la cadena
El fortalecimiento de la producción lanera requiere de una articulación entre productores, industria y sector público. Solo con un esfuerzo coordinado será posible posicionar mejor la lana argentina en los mercados internacionales, sostener el empleo en la región y garantizar que esta tradición centenaria continúe proyectándose hacia el futuro.